Una ya sabe lo que puede esperar cuando va a ver una película de Tarantino. Y, dependiendo de su sensibilidad, sabe que tendrá que realizar ciertas concesiones en algunos episodios de violencia extrema (que podrían evitarse) pero que merecen la pena por el resultado del conjunto. Es lo que sucede con Django desencadenado, una película con el sello inconfundible de Tarantino y que, pese a algunos excesos, merece realmente la pena ver.
Si algo hay que destacar en la película es la brillante actuación de los tres protagonistas. El siempre excelente Christoph Waltz, Jamie Foxx y un soberbio Leonardo Dicaprio que nunca ha sido santo de mi devoción pero que reconozco que es un actor como la copa de un pino. Especialmente destacan Waltz y Dicaprio, y la tensión entre ambos. Leo como una anécdota de rodaje que el segundo incluso llego a cortarse de verdad con el cráneo y siguió grabando como si tal cosa, tan metido como estaba en su papel.
La historia también es buena y, conforma avanza la película, uno tiene la sensación de que se ha sumergido en un universo personal, rico y completo. En ese sentido, Tarantino hace un gran trabajo. La película no se hace en ningún momento larga ni da la sensación de que sobre metraje. Asistimos a un prólogo que narra la historia de Django y King Schultz que desemboca en el verdadero motor de la película: el rescate de Broomhilda, al más puro estilo caballeresco del caballero en busca de su dama contra todos.
Un descubrimiento el de los mandingos, a pesar de que la lucha que se ofrece al espectador es de lo más desagradable, la peor escena con creces de la película. Os recomiendo a todos que veáis Django y, de regalo, os dejo un vídeo con un rito de iniciación de la raza mandinga.