Franco y el miles gloriosus: cuenta una anécdota que cuando a Francisco Franco le llamaban miles gloriosus, figura típica de la comedia clásica, él lo interpretaba literalmente como un halago, 'soldado glorioso', cuando no hacían otra cosa que llamarle 'soldado fanfarrón'.
"A propósito del Milles Gloriosus: los visitantes de Salamanca, quizás se vean sorprendidos al notar que los muros de la Universidad están marcados a escoplo con ese famoso signo que adoptó el fascismo español tras la victoria de sus ejércitos: me refiero al monograma que se lee "VICTOR". Sepa el curioso que ese signo se grababa cada vez que una tesis doctoral era leída y aprobada por la Facultad desde tiempos medievales. La repesca ideológica y bullanguera del Falangismo español se apropió, como digo, impropiamente del monograma, y llegó a cincelar en esas mismas paredes el signo, al que un "insigne" latinista puso debajo: "FRANCISCO FRANCO, MILES GLORIOSUS". La traducción literal es efectivamente 'militar glorioso', pero hasta el alumno más pánfilo de Clásicas conoce la ironía terrible que los latinos aplicaban al término, que se traduce por 'fanfarrón'". Leído en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes
Shaw, los que pueden y los que no: muchas veces, los que estudiamos pensando en que queremos trabajar en la docencia y estamos acostumbrados a comentar e interpretar textos continuamente, si además tenemos afición a escribir algo de vez en cuando, nos planteamos si sólo "servimos" para enseñar o interpretar lo que otros genios han escrito. Ojalá pudiéramos hacer ambas cosas, ¿verdad? La frase de Shaw que me lanzaron fue ésta: "Los que pueden, hacen. Los que no pueden, enseñan". Gran frase. La frase de Shaw es producto de una sátira a otra de Aristóteles: "Los que saben hacen. Los que además comprenden enseñan". Gran frase, también.
El Diablo, ¿rojo o negro?: si ahora nos preguntaran de qué color dibujaríamos o imaginaríamos al Diablo, ¿qué responderíamos? Quizá rojo, por aquello de que lo suponemos en un Infierno caracterizado por el rojo de las llamas pero, ¿por qué no negro? Parece ser que la concepción del Diablo rojo proviene del teatro del Siglo de Oro. Sin embargo, también había quien lo representaba negro: el motivo era que los blancos que eran atacados por tribus negras, las identificaban con el Mal y el Maligno, así sucedía, por ejemplo con los etíopes que se representaban como el Diablo (dejaron constancia los padres del desierto). Otras curiosas representaciones, en este caso de la mujer, símbolo del Mal y de la tentación, figura bajo la que muchas veces se disfrazada el Diablo, son las que incluían en la iconografía unos cuernos detrás de la cabeza de la fémina.
La Celestina y el travestismo: quizá nos olvidemos de una importante perspectiva a la hora de leer la Celestina, que va conectada directamente con el humor. De todos es sabido que la literatura de la época gustaba del disfraz, para ambos sexos. Esto, en la Antigüedad clásica era de gran relevancia en los ritos de iniación ya que, por ejemplo, para que un joven llegara a la edad adulta era importante que hubiera experimentado en propia carne ambos sexos (con todo el juego de la ambigüedad que se quiera suponer). Tal es el caso de Aquiles en la corte de Licomedes. Pero hablábamos de La Celestina que estaría concebida para la lectura en ámbitos académicos, recordemos dónde encontraría Rojas el acto primigenio, en la universidad. Esto es igual a considerar que la leían hombres y que, probablemente, podrían travestirse. Imaginemos ahora con este contexto diálogos del tipo:
PÁRMENO. Más desta flaca... puta... vieja.
CELESTINA. ¡Putos días vivas, bellaquillo! ¿E cómo te atreves?
PÁRMENO. Como te conozco.
CELESTINA. ¿Quién eres tú?
PÁRMENO. ¿Quién? Pármeno, hijo de Alberto, tu compadre, que estuve contigo un poco tiempo que te me dio mi madre; cuando morabas a la cuesta del río, cerca de las tenerías.
CELESTINA. ¡Jesús, Jesús, Jesús! ¿E tú eres Pármeno, hijo de la Claudina?
PÁRMENO. ¡Alahé, yo!
CELESTINA. ¡Pues fuego malo te queme, que tan puta vieja era tu madre como yo! ¿Por qué me persigues, Pármeno? ¡Él es, él es, por los santos de Dios! Allégate a mí, ven acá, que mil azotes e puñadas te di en este mundo e otros tantos besos. ¿Acuérdaste cuando dormías a mis pies, loquito?
PÁRMENO. Sí, en buena fe. E algunas veces, aunque era niño, me subías a la cabecera e me apretabas contigo e, porque olías a vieja, me huía de ti.
De mosquitos, tábanos y langostas. Juan Antonio Urbeltz, antropólogo y folclorista, y gran conocedor del folclore vasco propone que todas las representaciones del Mal que han llegado hasta nuestros días provienen de los mosquitos, tábanos y langostas, insectos que asolaban a nuestros ancestros en el Neolítico, cuando la vida se basaba en la agricultura y la ganadería. Se basa en una serie de datos culturales, folclóricos y lingüísticos. Por ejemplo, la danza procedería del salto de la langosta. Es una teoría, cuando menos, arriesgada. Yo encuentro entre las páginas de un libro de Jesús Callejo, Los dueños de los sueños. Ogors, cocos y otros seres oscuros, el dibujo de la meiga xuxona, una bruja vampiro del ámbito de Galicia y Asturias en figura de moscardón o mosquito:
"El miedo a su influjo hizo que se exagerasen sus cualidades malignas, pues hubo quien dijo que amparadas por las sombras de la noche se transformaban en moscardones para sangrar a las gentes y al ganado". (p. 255)
Urbeltz trabaja mucho con el Carnaval y las mascaradas, ¿será cierto que la máscara se insectiza?
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